Matías Lammens: Corazón de hincha, cabeza de líder



Por Humphrey Inzillo 

San Lorenzo lo ayudó a paliar la temprana ausencia de su padre y, de la mano de Tinelli, llegó a la presidencia del club para refundarlo. Con 34 años, es parte de una nueva generación de dirigentes



Está parado en uno de los últimos escalones de la popular visitante, a la derecha de los bombos y las banderas. Es un hombre alto y joven. Tiene puestos unos jeans, una remera verde oliva y mira concentrado el partido que esa noche San Lorenzo juega contra Estudiantes en el Estadio Único de La Plata. Vive cada jugada con la intensidad de un verdadero fanático. Y, como un fanático más, parece sufrir más de lo que goza: se lamenta con un mal pase o una oportunidad de gol desperdiciada en el arco rival. Pero también salta y grita. Y cuando se suma a esas miles de gargantas que, montadas a un tema de Gilda, cantan que ". sin el Ciclón no sé vivir", se le forma una sonrisa orgullosa. Esta escena, filmada con un celular en febrero de 2013, no tendría nada de extraordinaria si no fuera porque ese hombre es el presidente del club. Se trata de Matías Lammens, el abogado en ese entonces de 32 años, que se transformó en la persona más joven en ejercer ese cargo en la historia de San Lorenzo. Y, sin embargo, no se resigna a dejar de hacer lo que hizo toda la vida (hasta que fue prohibido por cuestiones de seguridad): ir a la popular en cada partido que su equipo juega de visitante.

"El día que el tipo que conduce se aleja de la gente para mí perdió lo más importante", reflexiona Lammens dos años y algunas canas después de aquel episodio que se viralizó en YouTube. "¿Por qué voy a la popular? Porque así escucho a los hinchas y sé lo que está pasando. Me gusta romper la distancia: me parece que está bueno que la clase política y la clase dirigente tengan contacto con la gente, que no le tengan miedo". Estamos sentados en la sala de reuniones que antecede al despacho del presidente en la sede que San Lorenzo tiene en el centro porteño, sobre la Avenida de Mayo, a pocas cuadras del Congreso de la Nación. Las paredes están vacías e impolutas, pero hay dos cuadros que esperan a ser colgados. Uno es un retrato suyo al óleo, donde se lo ve con una bufanda azulgrana, abrazado a la Copa Libertadores que San Lorenzo obtuvo a mediados del año pasado, por primera vez en las cinco décadas de historia del torneo. El otro es el afiche de Nuestra Señora de la Rebeldía, que con espíritu manuchaesco construye una cosmogonía "indo-afro-latinoamericana" (sic) e incluye imágenes de Emiliano Zapata, el Che Guevara y Simón Bolívar, entre otros héroes de la izquierda continental.

Lammens asumió la presidencia del club en agosto de 2012, con un equipo que, dirigido por Ricardo "Caruso" Lombardi, acababa de lograr la permanencia en primera división después de jugar la promoción con Instituto de Córdoba. El mal momento futbolístico precipitó la salida del anterior presidente, Carlos Abdo. Y Lammens entró en escena como la cara visible del que parecía ser el proyecto institucional de Marcelo Tinelli. En ese momento, el diario Perfil tituló: "Lammens, el Iúdica que pone Tinelli en San Lorenzo para estar sin estar". Y aunque el propio Lammens reconoce que sin el respaldo del fundador de Ideas del Sur no habría podido acceder a ese puesto siendo tan joven, pronto se fue ganando respeto, confianza y cierta autonomía. "Marcelo es un tipo que, teniendo el poder que genera su imagen, siempre fue muy respetuoso de mis decisiones. La única forma que yo tenía de tener autonomía era trabajando. Y, cuando uno trabaja mucho, está muy encima de todas las cuestiones y le pone mucha pasión, los resultados van acomodando las cosas. Acá pasó eso. Desde que asumí, trabajo doce horas por día por San Lorenzo. Y estoy al tanto de los números -de cada peso que ingresa-, conozco a todos los empleados, y eso hace que uno se vaya ganando el respeto de la gente, se dan cuenta de que uno no es, simplemente, el pibe que puso Tinelli", argumenta.

El mismo tono de voz, los mismos gestos, la misma contextura física. desde la adolescencia, a Lammens lo cargaban por su parecido con Tinelli. Una leyenda urbana sostiene que, en verdad, son padre e hijo. "Se lo dijo un taxista a una amiga de mi mujer. El tipo tenía un contacto en Bolívar y tenía la posta", se ríe Lammens. Pero, en verdad, el "celestino" entre ellos dos fue Leandro Vital, primo de Marcelo y uno de los mejores amigos de Matías. Aunque se habían cruzado en algún cumpleaños, recién se conocieron en profundidad en el verano de 2010. Fue en Punta del Este, y la anécdota que repitieron varias veces fue que empezaron a conversar a las cuatro de la tarde y cinco horas después todavía seguían hablando, como hipnotizados, de San Lorenzo. "Para nosotros ser hinchas de un equipo es parte de una identidad. Soy cuervo por mi viejo, que se murió cuando yo tenía siete años. Marcelo me decía: 'Algo tenemos que hacer, por nosotros, por nuestros viejos, por mi hijo'. Veíamos que nos íbamos a pique. Y eso significaba quiebra y gerenciamiento. Básicamente, que el club dejara de ser de los socios".

BRANDO: ¿Y cómo fue el proceso entre que agarraron al club en esas circunstancias y, en apenas dos años, lo llevaron a jugar la final del Campeonato Mundial de Clubes?

LAMMENS: Lo primero que debíamos hacer era cortar el déficit. Si teníamos déficit todos los meses y debíamos $ 234 millones, era imposible pensar en ganar la Copa Libertadores y jugar contra el Real Madrid. Percibíamos al club como un gigante dormido, que tenía cuatro millones de hinchas pero apenas 19.000 socios. Sabíamos que en el interior teníamos un potencial tremendo. Y creo que la gran clave de nuestra gestión es que la gente nos cree. Por eso terminamos triplicando el número de socios. Ahora tenemos 60.000 socios activos, que pagan la cuota desde hace dos años.

BRANDO: O sea que, a pesar del fantasma del descenso, lo que en verdad los obsesionaba era el llamado "campeonato económico".

LAMMENS: Exacto. La prioridad era ordenar el club. Necesitábamos hacer un buen torneo para salir de la zona del descenso, porque si el equipo se te va a la B repercute en el aspecto económico-financiero: la gente no se asocia, se te caen los ingresos y los sponsors. Así que en ese primer torneo hicimos 26 puntos. La segunda campaña mejoró, y llegamos a los 33 puntos. Y todo lo que vino después, ser campeones locales [el técnico fue Pizzi] y ganar la Copa Libertadores [con el Patón Bauza, el actual DT] venía atado a que los empleados estuvieran felices y cobraran al día, y lo mismo pasaba con los jugadores: el de San Lorenzo es uno de los pocos planteles argentinos que está al día, que cobra los premios como corresponde. En definitiva, los logros deportivos llegaron de la mano de un orden económico e institucional.

BRANDO: ¿Y cuáles son los próximos pasos?

LAMMENS: Estamos en un proceso de modernización. Queremos llegar a cada socio por mail, digitalizar toda la base de datos. E instaurar muy fuerte el concepto de la sede 2.0. Lograr que un tipo, sin moverse de su oficina, pueda sacar su abono y cargarlo directamente vía web.

BRANDO: Y, en un cargo como el tuyo, ¿cómo se conjuga la pasión con la gestión?

LAMMENS: Sería imposible hacer esto si uno no tuviera pasión, si uno no fuera hincha. Pero nosotros demostramos que se puede tener el corazón caliente y la cabeza fría, por algo somos el único club que bajó dos veces el pasivo, y que después de cuatro o cinco años de patrimonio neto negativo ahora tiene uno positivo para mostrar. Y estamos trabajando en la vuelta a Boedo. Entonces, el costado irracional de ser hincha no imposibilita en lo absoluto que seamos buenos gestores. Porque esto que pasó no fue un milagro: acá hubo una ingeniería económico-financiera para cortar el déficit. Acá hay mucha cabeza puesta, lo que no impide que durante las dos horas que dure el partido estemos ahí con nuestros amigos. Porque más allá de cualquier circunstancia, yo voy a seguir siendo hincha de San Lorenzo toda la vida. Buena parte de los recuerdos que Matías tiene de Néstor Daniel, su papá, están ligados al Ciclón. Las piedras que esquivaron en la cancha de Estudiantes, la llegada a la cancha de River por la avenida Lidoro Quinteros, un abrazo de gol en la platea de Vélez son algunas de las instantáneas que reviven partido tras partido. Hace un tiempo, en una charla que Matías compartió con Rubén Darío Insúa, el ex jugador le confirmó que en 1982, durante el campeonato que San Lorenzo jugó en la B, su padre (que llegó a integrar la comisión directiva como vocal) le pagaba cien dólares por cada gol convertido, que salían de su propio bolsillo. "Terminaba el partido y mi viejo caía al vestuario, le pagaba y le decía: 'Si gana San Lorenzo, mi familia está contenta'".

Matías tenía siete años cuando Néstor, que en ese momento tenía 49 años y era dueño de un frigorífico, sufrió un infarto jugando al tenis y no llegó al hospital. Para tratar de llenar ese vacío imposible de llenar, Matías se aferró al Ciclón. Siguió yendo a la cancha, primero con los amigos de su padre y, ya en la adolescencia, con sus propios amigos. San Lorenzo fue más que un club: fue su cable a tierra. "Yo estuve ahí desde siempre. Soy socio desde que nací. Siempre tuve vida en el club y conozco a mucha gente. Pero lo que fortaleció claramente el vínculo y lo que hace que me atraviese emocionalmente como lo hace ahora San Lorenzo es la muerte de mi viejo. Hasta el día de hoy, los colores funcionan como un punto de encuentro con mi papá".

Matías cursó la primaria en el Instituto Lange Ley, un colegio privado que quedaba a dos cuadras del Jardín Botánico. Pero todos los fines de semana, su mamá lo llevaba hasta la Ciudad Deportiva, en el Bajo Flores. Hacía fútbol recreativo y llegó a jugar una categoría por encima del Chino Saja (hoy arquero del actual campeón, Racing Club) y de uno de sus ídolos, el Pipi Romagnoli, uno de los jugadores con los que ahora se sienta a negociar los premios del plantel. En séptimo grado, Eugenia Socias, su mejor amiga, empezó el curso de ingreso al Colegio Nacional de Buenos Aires. Y su familia lo convenció de que lo empezara él también. "Ella era la abanderada y yo el escolta. Me lo propuse solamente para demostrar que podía estar ahí". En ese momento, de los 1.800 candidatos que rendían el examen de ingreso, entraban apenas 300. La amiga de Matías sacó el mejor promedio y él entró con el número 42. "Ir a ese colegio fue la mejor decisión que tomé en mi vida", dice Lammens. "Mi inquietud política nace en el Nacional, porque vengo de una familia con pocos intereses en esa dirección. Y, aunque en los primeros años del secundario yo no militaba, recuerdo la marcha contra la Ley Federal de Educación, en 1993, promulgada por el gobierno de Menem. Me parecía algo gravísimo que había que voltear como fuera", explica. "Para mí, la política interna del colegio era una pérdida de tiempo. Por eso, en quinto año, con unos amigos armamos un partido antisistema. No me acuerdo ni cómo le pusimos, pero entre nuestros candidatos estaba el tigre Tony y otros personajes de ficción", recuerda. "Y tan mal no nos fue: casi metemos un vocal en el Consejo Superior".

En los últimos años del secundario comenzó a apasionarse por la historia, y se transformó en un lector voraz. "Era una materia en la que siempre me destacaba porque me comía los libros. En ese momento [a fines de los noventa], empecé a leer a todo el arco de la izquierda: a Sartre, a Gramsci, a Marx. Disfrutaba mucho de esas lecturas. Me dejé la barba y el pelo largos. Me creía que iba a hacer la revolución", confiesa. A pesar de su pasión por la historia, se decidió a estudiar derecho: "Como me gustaba la política, el método empresarial y de gestión, me parecía que el derecho era una herramienta que iba a usar siempre. ¡Y por suerte no me equivoqué!". Sin embargo, nunca ejerció. Apenas hizo unas prácticas en Tribunales, al final de la carrera.

Tenía veinte años y empezó a trabajar en Avedis, una empresa de gases industriales que era de su familia materna, como responsable de las licitaciones para la distribución de oxígeno para uso medicinal. "Con los gases industriales nos iba muy bien, pero yo vi que había una posibilidad en el gas medicinal. Es un ámbito que funciona como un oligopolio. Las empresas extranjeras no competían, sino que arreglaban entre ellas cómo repartirse los clientes. Nos metimos y ganamos varios hospitales grandes, como el Posadas y el Ramos Mejía. Pero para mí, lo más importante es haber recorrido todos los hospitales de la ciudad". En 2001 se fue de viaje a Cuba para hacer un curso de ciencias políticas. Estuvo tres meses en la isla, y ese viaje le cambió la vida. Una tarde, estaba con dos amigos en la Plaza de La Habana, leyendo uno de esos discursos de Fidel Castro editados en pequeño formato que funcionan como un souvenir del turismo con conciencia social. Sus amigos detectaron a dos chicas argentinas y salieron a la caza. Matías, en cambio, se quedó enfrascado en la lectura, embelesado por la capacidad dialéctica del Comandante. Sus amigos convencieron a las chicas de viajar juntos hasta Trinidad e, inspirados por la canción de Silvio Rodríguez, llegaron hasta Playa Girón. Durante todo el viaje, Matías pegó una onda especial con una de ellas, Mariana Gené. Dice que estaba todo más que bien, pero que durante la excursión no pasó nada. Se reencontraron algunos meses después. Él la citó en un bar de mala muerte, por Palermo Viejo, y lo primero que le dijo ella fue: "Eh, ¿qué te pasó?". Cuenta Matías: "En Cuba casi no comía. Medio que me creía Camilo Cienfuegos. Estaba muy flaco y tenía la barba y el pelo muy largos. Cuando llegué acá, me lo corté un poco y engordé algunos kilos. En la primera impresión la debo haber defraudado". En esa salida tampoco pasó nada, pero él la invitó a ver una película francesa, Gotas de agua sobre piedras calientes, de François Ozon, en el cine Lorca de la avenida Corrientes. Esa noche empezó el romance. Doce años después, están casados y están esperando una nena que se va a llamar Ana y que, suponemos, no tendrá otra opción que ser hincha de San Lorenzo.

BRANDO: ¿Y qué fue lo que más te gustó de ella?

LAMMENS: Me gustó mucho físicamente, pero ella era una chica muy culta, muy inteligente. Y la inteligencia en una mujer siempre me llamó la atención. Sentía que cuando hablaba, aprendía. Sabe muchísimo de literatura, devora los libros. Yo siempre fui muy trabajador y enchufado a 220. A veces trabajaba catorce horas por día y ella me aportaba una lucidez que no tenía. Eso fue lo que más me terminó seduciendo, que fuera tan culta y tan inteligente. Se recibió de socióloga y es investigadora del Conicet. De hecho, ganó una beca y tiene un doctorado en L'École des Hautes Études en Sciences Sociales de París. Cuando nos conocimos no tenía ningún título, pero a mí me fascinaba igual.

Con un capital inicial de $ 28.000 que le prestó su mamá, en 2005 Matías y su socio Damián Pita (su amigo de toda la vida, con el que se fue a Cuba) alquilaron un depósito en Boedo y Chiclana, y abrieron una distribuidora de bebidas. Matías se dedicaba a rastrear ofertas, comprar a precios bajos y sacar un porcentaje de ganancia en la distribución. Damián se encargaba de conseguir los clientes. Pero Matías también se encargó de los primeros repartos. "Lo hice para entender la dinámica y saber cuánto tiene que tardar un chofer en cumplir su tarea", explica. A partir de 2008, el crecimiento de la empresa fue cada vez más exponencial. Compraron una superficie grande en Boedo, sobre la avenida Pavón, y allí trasladaron el depósito. Y en 2010 y 2011 compraron los terrenos aledaños. "Empezamos a tener un crecimiento lindo, sin inyección de capitales. La propia empresa fue la que generó ese crecimiento. Fuimos reinvirtiendo y lo hicimos con mucha pasión: nunca pensamos en girar la plata a una cuenta afuera", dice Lammens.

BRANDO: ¿Sos buen administrador o te supiste rodear bien?

LAMMENS: Soy buen administrador.

BRANDO: ¿En qué momento te diste cuenta de que eras buen administrador?

LAMMENS: De grande, a los 25. Hasta ese momento era más bartolero, más timbero. Después me fui acomodando.

BRANDO: El cargo de presidente lo ejercés ad honorem. ¿Cómo hacés con la distribuidora?

LAMMENS: Delegué. Armé un buen equipo de gente de mucha confianza. Nos fuimos tirando para el lado de las bebidas con alcohol, y la empresa creció mucho a nivel nacional.

Una buena administración y saber rodearse son dos de las claves del modelo de gestión que Lammens aplicó primero en su empresa y luego en el club. Su objetivo, a mediano plazo, es trasladarlo a la política, probablemente en el ámbito de la Ciudad de Buenos Aires. "De toda la comisión directiva, yo soy el más obsesivo de los números. Estoy encima permanentemente. Desde que asumimos, yo llevo a casa un informe diario de todas las áreas del club. De esa manera, sé cuánto ingresó, cuánto egresó, cuántos socios nuevos hay. Para mí, es la única forma de hacerlo", explica.

El éxito del modelo que aplicó en San Lorenzo hizo que le llovieran propuestas de distintos sectores del arco político. Pero él las rechazó, una por una. Su mandato termina a fines de 2016 y, hasta entonces, no piensa dejar su cargo. "Si te presentás para presidente de San Lorenzo, te puede aparecer una oportunidad para ser diputado. Si aceptás esa candidatura, terminás faltándoles el respeto a los tipos que te votaron y que confiaron en vos. Esta decisión es una manera de devolverles la credibilidad a los cargos y a la gente", argumenta. "Así que si te votaron para diputado, me parece importante que la gente sepa que la vas a representar como diputado por cuatro años. Si te votan para jefe de Gobierno, que sepan que no vas a ser candidato a otra cosa".

A pesar de todas las propuestas que recibió, Lammens asegura que no encuentra un espacio donde desarrollar su carrera política. "Tendría que armar algo propio, un partido que tenga que ver con lo que somos nosotros, nuestro grupo, en la Ciudad de Buenos Aires".

BRANDO: ¿Cuando decís nuestro grupo a quiénes te referís?

LAMMENS: A los que estamos en San Lorenzo, que somos un grupo de veintipico, jóvenes, que nos metimos acá porque somos todos de San Lorenzo y sentimos que las cosas hay que cambiarlas desde adentro. Porque los lugares que no ocupa uno los ocupa otro. Entonces, ojalá que los lugares de poder los empiece a ocupar gente con mente sana, con ganas de cambiar las cosas. Ese es el mensaje. Creo que a la Argentina le ha hecho mal el mensaje de la despolítica, de "son todos ladrones". Yo no les tengo miedo a los lugares de poder: me gustan. Si el poder es usado como una herramienta para transformar la realidad, yo lo quiero. Ahora, si el poder es para acceder a ciertos privilegios, no me interesa. Por eso, uno tiene que estar constantemente dando signos de esto a la gente: que uno no se aleja, que uno saca una entrada como cualquiera, que uno hace la cola como todo el mundo. Son cuestiones simbólicas que logran que la clase dirigente no esté alejada de la gente. Porque para cambiar la realidad, para transformarla, tenés que conocer cuáles son los padecimientos. Si yo anduviera en helicóptero no sabría dónde pavimentar. Por eso quiero que mi hija vaya a una escuela pública desde el jardín. Ya sé que, tal vez, académicamente haya colegios privados mejores, pero creo que la educación pública es el gran igualador de oportunidades.

BRANDO: ¿A quién podrías nombrar como un referente político?

LAMMENS: Arturo Frondizi fue uno de los tipos más lúcidos de la historia argentina. El desarrollismo, como concepción, es brillante. Para mí, ser de izquierda hoy implica generar trabajo y que la Argentina tenga un desarrollo petrolero propio. Yo quiero ese país, que nos dé sustentabilidad en el tiempo, en vez de estar pendiente de la balanza y de la soja.

Por sus lecturas, por sus consumos culturales, por sus ideas de centroizquierda, por los almuerzos que comparte de vez en cuando con el escritor y periodista Fabián Casas, Matías Lammens es un rara avis en el ambiente del fútbol. "La vida no vale nada si uno no trata de cambiar la realidad de la gente y los lugares que uno quiere", dice. La honestidad, Lammens la predica con el ejemplo. Para invitar a sus amigos a la final de la Copa Libertadores, puso más de $ 15.000 de su bolsillo. "Cuando tenés estas conductas y cuando de abajo ven que el de arriba es así, tenés autoridad moral para decir 'no hay entradas de favor, muchachos. Vamos a comprarlas. Y si querés invitar a alguien, hacé como si lo estuvieras invitando a un restaurante'. Nosotros, como dirigentes, tenemos que defender el bien común", explica.

Hace unos meses, de hecho, rechazó una oferta de cuatro millones de euros que una empresa de la república de Azerbaiján, un país cuestionado por su política de derechos humanos, le ofrecía al club esponsorear la camiseta. Ponían, como condición, que no hubiera ningún armenio en la comisión directiva. Lammens, que tiene familiares armenios y que adhiere al reconocimiento del genocidio armenio, la rechazó de plano: "Cuando uno tiene convicciones en algo, hay cosas que no tienen precio".

El 13 de marzo de 2013, cuando fue elegido papa, el cardenal Jorge Bergoglio se convirtió en el hincha de San Lorenzo más famoso del mundo. Hasta ese momento, el título lo tenía el actor estadounidense Viggo Mortensen, que había paseado los colores azulgranas por la alfombra roja de Cannes y otros de los festivales de cine más importantes. Cuando a fines de ese mismo año San Lorenzo salió campeón, Lammens viajó junto a Tinelli y otros representantes del plantel a celebrar el título con el papa. Tuvieron una audiencia privada, y allí Lammens aprovechó para hablar de ciertas cuestiones de la gestión en el Vaticano y otras ligadas a Turquía, Irán y la política internacional. "Es un tipo muy lúcido. Para responder, siempre se toma un ratito. Es como que la para, la pisa y sale jugando", grafica.

BRANDO: ¿Y de qué más hablaron?

LAMMENS: Del equipo de San Lorenzo del 46 -donde jugaban Farro, Pontoni y Martino- que él iba a ver a la cancha con su papá. También me preguntó cosas de la actualidad del club. Es increíble cómo se mantiene informado. Pero siempre vuelve a ese equipo, se ve que una parte de la infancia le quedó trabada ahí. Es el mediodía de un miércoles de febrero y con Lammens recorremos el camino que va del estadio a la Ciudad Deportiva. Esa caminata sirve para palpar la admiración que despierta el presidente. Una foto por acá, una selfie por allá, los besos de los chicos de la colonia y el saludo (¡por el nombre!) con los profesores. El índice de popularidad lo ubica, en los estratos sanlorencistas, cercano a un semidios. Lammens muestra, orgulloso, el paredón que rodea al club, la capilla que donó Viggo Mortensen y la monumental escultura de un cuervo que realizó el artista plástico Sebastián Lartigue. También se entusiasma con las canchas de césped sintético que Tinelli acaba de donarle al club y que serán homologadas por la FIFA para que puedan disputarse partidos de las inferiores los días de lluvia. Pero a pesar del entusiasmo que le genera el crecimiento de ese predio, la obsesión de Lammens es la que comparte con todos los hinchas de su equipo: que San Lorenzo vuelva a tener su estadio en la avenida La Plata. El proyecto impulsado por Adolfo Res y un par de secuaces a comienzos del nuevo milenio parecía una locura: lograr que el club recuperara el terreno que ocupaba el viejo Gasómetro y que la dictadura militar les había obligado a desalojar. Pero después de una década de gestiones políticas y marchas masivas en el centro de Buenos Aires, la legislatura porteña votó y aprobó, en noviembre de 2012, la Ley de Restitución Histórica. Fideicomiso mediante, San Lorenzo podrá recuperar los terrenos de Boedo y construir un nuevo estadio. "Fui a las primeras marchas, cuando éramos muy pocos", recuerda. "Siempre me pareció que era una causa muy linda, muy romántica, muy fácil para enamorar a cualquiera. Para nosotros, incluso para los que no llegamos a conocer el viejo Gasómetro, Boedo es como la tierra prometida. Por eso, este año tenemos que potenciar el fideicomiso, terminar de juntar el dinero y escriturar los terrenos. Más allá del valor simbólico, del punto de vista patrimonial -36.000 metros cuadrados en el medio de la ciudad-, a San Lorenzo lo consolidan como número uno en la Argentina en términos patrimoniales, tal vez al nivel de River". Para lograr el fideicomiso, los hinchas de San Lorenzo pueden comprar metros cuadrados en cuotas. Lammens ya compró diez. Y quiere comprar más.

Lammens no está del todo conforme con el torneo de treinta equipos que comenzó el mes pasado. Y aunque entiende que el fútbol argentino necesita un cambio profundo tras la larga gestión de Julio Humberto Grondona, su objetivo -a diferencia del de Tinelli- no apunta hacia la AFA. Del Boca de Macri al Milan de Berlusconi, los clubes de fútbol funcionaron como plataformas para infiltrarse en los terrenos de la política. Por afinidades ideológicas, un caso más cercano al de Lammens sería el de Tabaré Vázquez, que antes de ganar la intendencia de Montevideo y luego la presidencia de Uruguay, en los ochenta fue presidente y sacó campeón al Club Atlético Progreso, un pequeñísimo equipo de la Banda Oriental del Río de la Plata. Lammens dice que San Lorenzo no es el trampolín para saltar hacia ningún otro lado. "Yo mañana puedo tener cualquier cargo", dice. "Pero el orgullo más grande que voy a tener en mi vida es haber sido presidente de San Lorenzo".

BRANDO: ¿Aunque llegues a ser presidente de la Argentina?

LAMMENS: No pienso en eso. Este es un cargo que tiene que ver con mi familia, con mi papá. Para mí, esto que está pasando con San Lorenzo es una cuenta pendiente. Yo vengo a sanar una historia personal, devolviéndole a San Lorenzo parte de todo lo que me dio. En el momento en que yo necesitaba aferrarme a algo porque había perdido a mi viejo, San Lorenzo me puso el hombro. Esto es un modo de saldar una deuda.

Publicado en Brando. Foto de Mariana Roveda

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