“El fracaso es el combustible del aprendizaje, si querés aprender”



por Luis Sartori

Apasionado. Adoraba los números y a los 6 ya quería ser empresario. Fracasó en la facultad como emprendedor. Después ideó varios éxitos. Ahora milita en la búsqueda de propósitos. 

Aparece justo a horario. Sus manos cargan dos smartphones, una notebook y cables de conexión. El iPad lo dejó en el auto. Y, a modo de presentación, confiesa: “Le había prometido a mi esposa un año sabático. Pero me di cuenta de que el sabático en mi caso se llena muy rápido de cosas” . Andy Freire –una verdadera oficina móvil– acepta que “si fuera por mí, me desbandaría y laburaría 24 horas al día”.



Nació casi bilingüe y Andrés en el documento, en 1972, único hijo de una profesora de inglés y un traumatólogo del Hospital Italiano. Creció en Belgrano (Roosevelt y Arribeños): andaba en bicicleta, iba caminando al Chester College. A los 6 años ya decía que quería ser empresario. Padre poco futbolero y con rugby en el cole, River le quedaba cerca en distancia pero lejos en pasión, todavía (hoy es fanático, influencia de su esposa). Jugar a la ovalada le inculcó el sentido de equipo, aunque también la adrenalina de las piñas: al arrancar la secundaria en el Pellegrini, empezó taekwondo: “Quería aprender a pelear mejor”.

Fue taekwondista 8 años, hasta ganó un título sudamericano. Pero jamás volvió a pelearse. El secundario público le sumó conocimientos (adoraba las matemáticas), diversidad ( “tuve de compañeros a la hija de Marcos Aguinis, y al hijo de un barrabrava de Lanús” ) y compromiso social. También era delegado de curso, a la vez que armaba fiestas, viajes, campamentos. Se recuerda “proactivo, con mucha iniciativa y creatividad” . Y convencía con esta frase: “Si algo no te gusta, en vez de quejarte, hacé algo para cambiarlo”.

A los 19 empezó Economía en la Universidad San Andrés, con una beca que ganó en el Pellegrini. En la facultad se hizo amigo de otro pelilargo (Santiago Bilinkis, con quien armaría a los 24 su primera empresa, Officenet, un éxito), pero antes cofundó el Centro de Estudiantes, fracasó en su emprendimiento inaugural (buzos universitarios que encogían) y lanzó la ONG Iniciativa, en la que daba charlas de autoestima y crecimiento personal a chicos de secundaria, en un curso de liderazgo. Ahí conoció a su mujer.

“Romina tenía 14 años, y la miro y le digo: Cuando tengas 18 años yo te voy a venir a buscar . Y me contesta: No vas a esperar tanto, vas a venir antes . Y cuando cumplió 16 nos pusimos de novios. Llevamos 15 años de casados”.

Andy se recibió a los 22 con el tercer mejor promedio y diploma de honor, y entró en Procter & Gamble. Pero creía que “la mejor manera de ser feliz era ganar mucho dinero muy rápido”.

Por eso al año renunció y en 12 meses más nació su primera empresa, que 4 años más tarde facturaba 80 millones de dólares. Después vinieron otras: Axialent, Restorando y Quasar Ventures. También llegaron clases en Harvard y en la UBA; sus columnas en la CNN, en tevé y en radio; tres libros (el último con Julián Weich) y un reality actual en Telefe. Se codeó con Bill Gates, Clinton, Michael Dell y Jack Dorsey (Twitter), entre otras celebridades. En 2008 fue nombrado uno de los 100 Líderes Globales del Mundo, en el Foro de Davos. Preside la Fundación Endeavor Argentina.

¿Qué cambio clave hubo entre la primera empresa y la segunda?

El día que vendí Officenet descubrí que era el mismo tipo que el día anterior. Me había ido mejor económicamente, pero la felicidad pasaba por otro lado. Descubrí que lo más importante era la independencia y la libertad. Y que la guita es el resultado inevitable de crear valor. Pero hacer algo por guita es poco enaltecedor. Lo más valioso es hacer algo que llene el espíritu.

¿Y entonces...?

Y ahí me contacté con la vida muy espiritual que tenía mi vieja y con el taekwondo, con sus valores de autocontrol, cortesía, integridad, y espíritu indomable. Entonces cuando armé Axialent no quería hacer una gran empresa, sino que fue un intento de llevar espiritualidad al mundo de las empresas. A que se alineen con sus valores más trascendentes, para generar una cultura de trabajo que invite a la gente a dar lo mejor que tiene.

Hablás de tener un propósito.

La gente no es un recurso sino un ente espiritual que, si creás el contexto adecuado, da lo mejor que tiene para dar. Si no, viene a marcar tarjeta. Y la diferencia en productividad es infinita. La mejor manera para las empresas de mejorar su productividad y ganar más guita es generar un contexto de propósito más trascendente.

¿Tu frase para emprender?

Qué cosas hacen tu corazón cantar. O, menos romántico: “¿Esto que querés hacer es algo por lo que vale la pena fracasar? ¿tiene sentido?” ¿Hay pocos o muchos emprendedores en la Argentina? El 30% de la población adulta trabaja en proyectos emprendedores. Argentina está entre los 5 países más altos del mundo en porcentaje de la población económicamente activa que se dedica a emprender. Y al mismo tiempo está entre los 10 peores del mundo en cuáles superan el cuarto año de vida. Lo que quiere decir: mucha gente emprendiendo, que le va mal.

¿Hay que formarse?

Para emprender hay que estudiar, formarse, laburar.

Cuatro cosas que decís que no hay que hacer como emprendedor...

Sentirse un sabelotodo, trabajar individualmente, ser espectador y no tener un propósito. Esto tiene que ver con dos cosas: la curiosidad y el sentido de trascendencia.

¿Qué es la trascendencia?

La definición sería ésta: El mejor uso de tu vida es dedicarla a algo que la sobreviva (W. James).

¿Qué es el otro para vos?

Una fuente de aprendizaje. Algo que no aprendí y podría aprender.

¿Dar qué significa?

Por un lado un acto de enorme generosidad y por otro un acto de enorme egoísmo racional: está demostrado que tu calidad de vida mejora, que tu felicidad mejora.

¿Tu definición de fracaso?

Es el combustible del aprendizaje, si querés aprender. Y es la humillación si no querés aprender.

¿El lado B del emprendedor?

Que laburás 24 horas por día, y lo más probable es que te vaya como el culo: el 90% de las chances es que te fundas. Emprender es para muy pocos.

No parás nunca, ¿no?

¡No paro nun-ca!

¿Tenés antídotos para eso?

Squash dos veces por semana. Cinco minutos de meditación diaria y 20 minutos una vez por semana. Esquiar cuando puedo (soy instructor desde los 18 años). Y una esposa que me exige que a las 7 y media apague el celular, que una vez por semana almuerce en casa con los chicos, y que cuando tienen actividades en la escuela, vaya.

¿Algo de lo que te arrepientas?

Hubiera viajado dos millones de millas menos (de los cuatro millones que volé), y estado dos millones de millas más con mis hijos.

¿Emprendiste algo que no fuera idea tuya?

Mi noviazgo, antes de los 18 de mi mujer. Esa fue una idea de ella.

Publicado en Clarín

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