Por Flavia Costa
En los últimos años se ha popularizado la idea —básicamente cierta— de que el trabajo es un invento de la modernidad. Es decir: sin dudas el hombre trabaja desde hace milenios. Sin embargo, aquello que hoy denominamos "trabajo" —las tareas con las que lo identificamos, el modo en que lo practicamos y, sobre todo, las ideas que tenemos acerca de él— es producto de la industrialización. Y no un producto cualquiera, sino precisamente aquel a partir del cual se han modelado en los últimos dos siglos los cuerpos y las subjetividades de buena parte de los hombres y mujeres que habitan el planeta.