Creer en personas y creer en valores



A menudo escuchamos frases como “Fulano me defraudó”, “Zutano me lastimó”, o “Mengana me hirió”.



Cuando creemos en alguien, lo que estamos haciendo es tener una expectativa personal y unilateral en que esa persona haga lo que queremos nosotros que haga, por el motivo que fuese: convicción, interés, afinidad…Lo “correcto” lo es para nosotros, y esperamos que así sea para el otro.

Pero después el otro hace otra cosa –que para él o ella está bien, y para nosotros no, porque no era lo que esperábamos que hiciese. Allí nos decepcionamos, nos sentimos traicionados, y generalmente, como reacción, nos encerramos detrás de una caparazón de desconfianza extrema.

¿Cómo se evita la decepción? A mí se me ocurren dos soluciones:

La primera, es creer en valores, no en personas. Lo “correcto” lo establecemos a partir de nuestras creencias, las que exteriorizamos a través de la palabra, y sobre todo, de las conductas.

Decir y hacer aquello que creemos bueno (vida, libertad, amor, compañerismo, honestidad, salud, trabajo, prosperidad, orden, comunicación, solidaridad, compromiso, organización, lealtad, generosidad…) hará que naturalmente nos relacionemos con otras personas con mayor o menor intensidad, caminan por la misma senda que nosotros.

La segunda, es celebrar con aquellas personas que naturalmente iremos encontrando en esa senda de valores comunes, acuerdos expresos -no tácitos- sobre las cosas que queremos hacer en común: pareja, trabajo, negocios, turismo, actividades sociales, etc. El acuerdo debe celebrarse en forma clara, y a veces, será mejor por escrito. El acuerdo parte de la libertad de ambos, y del recíproco objetivo de hacerse el bien. Ese acuerdo genera un compromiso, que será el verdadero lazo que unirá a las personas.

La mayoría de las decepciones se producen por cosas no dichas a su debido tiempo. Por inseguridad, vergüenza o cobardía.

No hay comentarios:

Publicar un comentario